Trafalgar Square se encontraba a reventar aquella noche de navidad. Ella y John habían caminado durante horas por los principales comercios de la ciudad buscando los locales de estilo vintage y corte estrambótico que tanto les recordaban viejos y buenos tiempos. A Ella le encantaban porque le recordaba las épocas felices cuando no tenían citas no planeadas con periodistas y paparazzi y podían andar libremente por las abarrotadas y peculiares tiendas de Candem Town. Pero esos fueron otros buenos tiempos. Ahora anochecía y parecía que el cielo quería llorar, así que juntos decidieron ir a buscar un restaurante con unas bonitas vistas y sentarse a esperar a que terminara de caer la noche.
Una amable joven asiática pero con un perfecto inglés se apresuró muy amablemente a abrir la puerta a la pareja y les situó en la mejor mesa que tenía disponible, les ofreció chocolate belga cortesía de la casa y les entregó una tableta de madera tallada donde estaban descritos los vinos y entrantes preparados para esa noche. De momento ya no dolían los pies, las bolsas con las compras se las había llevado un chico alto y rubio que parecía ser una especie de botones, y los abrigos habían desaparecido de sus hombros como por arte de magia y se encontraban perfectamente colgados en un armario destinado a tal efecto al fondo del estiloso local. En cuestión de minutos las circunstancias habían convertido aquella noche en lo que prometía ser una velada romántica pensada por el maestro Allen.
Al sentarse en los sillones de madera que había en el local, frente al ventanal y frente a la majestuosidad de la Columna de Nelson, situada en la zona central de la plaza, iluminada con todas sus miles de luces navideñas y sus gentes vestidas de Santa Claus, el tiempo pareció detenerse para John. Se había concentrado mirando las luces y se había perdido en ellas, las veía difuminadas y tenues como cuando la lluvia opaca la ventana. Para John ya no había tiempo, ni espacio, ni velas, ni champagne, solo había recuerdos que empezaron a nublar su mente y a hacerle perder la noción de lo que estaba ocurriendo en ese preciso instante. Su mirada se fue. Ella le acariciaba la muñeca y le susurraba muy despacio al oído: "John, cariño..." como quien intenta despertar delicadamente a alguien de un sueño profundo, pero en el fondo sabía que la idílica noche se había echado a perder.
Ya era casi media noche cuando John se encontró a sí mismo revolviendo una copa de Moët en un conocido restaurante frente a Trafalgar Square, completamente vació y a punto de cerrar. La amable joven asiática se acercó, le dijo que debía abandonar el local, le pidió su tarjeta de crédito y le dio un papel escrito:
-Me lo ha dejado su compañera, le dijo mientras se alejaba hacia la caja.
-No dijo nada antes de irse?, ¿le dijo a donde iría? le preguntó John.
-Lo recordaría, -le contestó la joven-, pero Ella se levantó y se fue sin mas... A propósito, ¿Desea usted que le informe sobre la tarjeta socio del... Oiga! Señor, se deja su tarjeta!
John la buscó por toda la plaza y las calles alrededor pensando que no había podido ir muy lejos, pero la evidencia de que aquel extraño incidente le había vuelto a pasar le devolvió la certeza de que se había ido, y esta vez puede que fuese por mas tiempo. Entonces se acordó del papel escrito que Ella le había dejado a la camarera, 'Je t'aime', decía.
Casi 9 años después, John aún seguía sin saber qué había sido exactamente lo que había pasado en aquel restaurante de aquella céntrica plaza de Londres, la vida siguió y Ella pareció acostumbrarse a ver a John desde lejos, en las portadas de los tabloides. 'Puede que haya sido el hecho de que, desde el momento en que decidió marcharse esa noche, su vida había vuelto a ser normal, sin paparazzi, entrevistas y chismes en los periódicos... También puede que se haya acostumbrado a vivir sin mi', especulaba John. En cualquier caso, él se negaba a hacerse a la idea de que jamás volvería a verla y mientras tanto seguiría recorriendo los escenarios del mundo y evocando su canción preferida en cada uno de sus conciertos con la esperanza de escucharla tararear entre miles de personas.