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Unsent email

John Woolorf, al igual que componía canciones que nunca se atrevía a cantar, escribía cartas que nunca tuvo la entereza de enviar y que permanecían en papeles arrugados en algún rincón de su nueva vida.




32-38th Street
West Norwood
London
15th August, 2010

¿Sabes Ella?, he aprendido a vivir sin ti. Las cosas han cambiado por esta ciudad, es cierto que sigue siento tan fría como siempre, las plazas son las mismas y las personas parece que también. La tienda de relojes que había justo detrás de tu café favorito ha sido sustituido por apartamentos de chicas fáciles, y los vecinos de abultados bolsillos que vivían junto a nuestra casa ya no dejan jugar a los niños en las aceras. Sus caras siguen siendo las mismas, tan frías como el invierno y tan oscuras como todo lo que piensan. Salvo esa excepción, creo que en mi todo sigue tan desordenado como siempre.

Ya sabes que adoro la lluvia, y ha llovido mucho en Londres últimamente. Cuando las tuberías ya no dan a basto y devuelven todo lo que han comido pienso mucho en ti, es como cuando me sentía rebosar de alegría por volver a verte después de mis largos viajes de trabajo. Siempre me abrías la puerta como quien recibe a alguien que no ha visto nunca y entonces me abrazabas sin decir nada, tan fuerte que estoy seguro que podías sentir como revolucionabas todo dentro de mi. Ha llovido mucho desde entonces y ahora siento que tampoco puedo con todo simplemente porque ya no estas.


42-50th street
11104
Williamsburg, New York
26th December 2011
Querida Ella

... te decía que he aprendido a vivir sin ti, que ya no te extraño como antes, es más, solo escribo para decirte que estoy bien, que se que lees todo lo que te escribo y que lloras con todo lo que te canto. 

Con mucho amor, John.



all text written by me

Koumpounofobia

La ultima vez que me senté sinceramente enfrente de una pantalla cualquiera y la convertí en la única confidente de mis rompederos de cabeza tuvo lugar hace mucho tiempo y en circunstancias un tanto contradictorias. Y es que, por curioso que parezca, mi cabeza se ha dado cuenta de que cuando tiene mas quehaceres es cuando mas le apetece escribir. Diría que la inspiración me sobreviene justo en esos momentos en que podría pecar de incómoda, en la víspera de cualquier examen importante o a la hora de cenar; sin embargo nunca está ahí cuando la necesito. Ella me ha enseñado que es como una mujer, caprichosa y maniática, con constantes cambios de humor y naturaleza siempre explosiva. 


Cuando empecé con esto de escribir por amor al arte me di cuenta de una verdad tan caprichosa como la mujer y tan explosiva como la inspiración misma: es fácil hacerlo; publicarlo es harina de otro costal. Y es que lo genial en toda esta historia es ese hormigueo en el estómago, cuando has terminado varias páginas y llega la hora de enfrentarse al botón de 'publicar'. No es adrenalina, es miedo. No parece algo del otro mundo pero cuando lo haces te das cuenta de que la sensación es similar a cuando estas a punto de enviar ese mensaje de texto a esa persona tan especial en el que le escribes cosas tan personales o sentimientos tan profundos, sientes que en el momento en que le des al botón de 'enviar' no habrá vuelta atrás y quedarás completamente expuesto. ¿Cómo me mirará esa chica al día siguiente cuando me vea y sepa lo que siento?, ¿Cambiará su forma de ser conmigo?, ¿Y si me estoy equivocando y no me corresponde?, ¿Me habré arriesgado en vano?, ¿Demasiado cursi?, en fin. 

Curiosamente, lo primero que se te pasa por la cabeza ante el temible botón no son las faltas de ortografía o elegir un buen título para el texto, es lo que van a pensar de ti cuando quien te conoce lea lo que has escrito. Y gracias a sensaciones como estas vale la pena sentarse a escribir. Es terapéutico. Antibiótico para el qué dirán. Es una práctica que me ha enseñado que el miedo al ridículo no es cuestión de dignidad, es un disfraz para los complejos. Es una experiencia que me ha enseñado que todo es mas simple de lo que aparenta, pero que a veces somos demasiado prejuiciosos. El miedo al temible botón me ha enseñado a no escucharme a mi mismo cuando me pregunto si lo que acabo de escribir es una gran estupidez, si es demasiado ridículo o si no tiene mayor interés; me ha enseñado a no buscar mis motivos en las motivaciones de los demás y a no cuestionarme con preguntas ajenas. Quizá no la estadística, pero la experiencia y el sentido común dicen que cuando envías ese mensaje de texto, sales ganando en un 90% de las veces. Vivimos la vida pintando el mural en que queremos que los demás nos vean, como un cuadro que nunca se termina de pintar, pero todo es mas simple de lo que aparenta, solo que a veces somos demasiado prejuiciosos. 


Hacía mucho tiempo que no hacía esto, y sinceramente lo extrañaba. Bendito sea el temible botón. Publicar.